Como si fuese tan fácil domar a un oso

Para ti, oso punk.

Kar Lóprec
13 min readOct 28, 2019

Abril 2018.

Desde hace un par de semanas, salir a las calles de Pachuca resulta sumamente doloroso. Cada que miro hacia cualquier rincón de la ciudad, estás tú esperándome para ir al cine, a comer o para acompañarme después de clases, o sólo para caminar por largas horas hasta detenernos en algún punto. Están nuestros recuerdos, nuestra historia y tu fantasma; la gente que compartimos.

La primera vez que salí después del fatal acontecimiento, me dirigía rumbo a tu casa. Durante todo el trayecto, mi respiración se entrecortaba y se aceleraba, la sensación de que el mundo que teníamos ya no era el mismo se me tumbó encima y eso, es algo que no podré olvidar.

Hace 14 años, mientras la adolescencia temprana transcurría en mi vida, conocí a un hombre cuyo nombre fue fácil de recordar; tan sólo tres letras lo nombraban: Ruy. En aquellos momentos en los que la intolerancia está a flor de piel, éste hombre de tres letras y apellido operístico, trató de relacionarse conmigo y mi círculo cercano decididamente. Por alguna razón, rechacé tener ese acercamiento de momento. Su personalidad me resultaba incómoda, ya que era exacerbadamente extrovertido y bastante ruidoso. Poseía una voz profunda y con fuerza que llenaba todos los espacios del lugar en el que estabas y yo, tratando de pasar inadvertida, me ofuscaba ante tal presencia, por que sabía que estar con él en el mismo sitio era algo que todos notarían. Muchas de las personas que lo rodeaban no eran de mi agrado y me incomodaban. Pasaron dos años en los que nuestro contacto se limitaba a coincidir en eventos sociales, conciertos o por que mi mejor amiga de ese entonces estudiaba en su taller de modelado en barro. Cada semana que iba a visitarla a sus clases, él estaba ahí con su grabadora, su cigarro y su voz inmensa dando indicaciones a sus alumnos. Un maestro poco ortodoxo, cosa que no impidió que pudiera percatarme sobre sus verdaderas (y reales) intenciones sobre dejar huella moviendo las fibras y neuronas de sus alumnos. Más allá de la disciplina que enseñaba y practicó, la forma de compartirse y entregarse a ellos fue lo que hizo que poco a poco comenzáramos a ser en lo que nos convertimos: Cómplices, amigos, hermanos, compañeros de vida.

Al cumplir 16 años nuestra amistad ya se estaba consolidando. En ese mismo año, enfermé gravemente. La vida dio un giro de 360º. Me sentía confundida y ansiosa. Viví un año molesto hasta que me hospitalizaron a los 17. Después de la hospitalización, la recuperación tardó meses y poco a poco dejé de salir a raíz de mi padecimiento. Pese a que ese acontecimiento me alejó de todo y de todos, al tratar de regresar a mis actividades habituales, todo afuera de mí había cambiado. Mis amigos ya eran otros. Estábamos por iniciar la vida universitaria. Todos habían continuado su camino y yo me sentía extraviada y en pausa. Si bien desde la infancia tuve muy clara mi vocación, estaba dudosa sobre tomar decisiones en referencia a ello. Recuerdo a la perfección haber salido por primera vez sola a la calle después de casi un año desde la cirugía, sintiendo mucha ansiedad a raíz de mi previa experiencia de vida. Al ir caminando por las calles céntricas de ésta ciudad, nos encontramos de frente. Me miró, me tomó del brazo y dijo: -vayamos al cine, necesitas pensar en algo que no seas tú- . Lo dijo sin preguntar nada, como si al verme supiera por todo lo que estaba atravesando. A partir de ese momento, todo cambió y se convirtió en parte de mi vida como nadie antes lo había logrado, comenzamos a convivir día con día compartiéndolo todo. Rescatándome de esa tortuosa ansiedad y empujándome a seguir adelante con mi vocación. Mi ansiedad comenzó a cesar y yo comencé a entender la suya. Conocí sus dolores más profundos y que su histriónica personalidad eran resulado de todo ese dolor que se ocultaba detras de esa gran voz.

Ahora sé que nos rescatamos mutuamente. No sería corta esta lectura si les compartiera a detalle algunas de las experiencias que vivimos juntos. Podría resumirlo describiendo y mencionando que la mayoría de esas experiencias fueron surrealistas, dignas de cualquier película a la David Lynch. Bizarras, caóticas, extremas, virtuosas, sanadoras, divertidísimas, placenteras, educativas, soñadoras, dolorosas, pero sobre todo amorosas. Conocí las dos caras de la moneda, la dualidad, que Dios y el Diablo no son enemigos, que uno no sobrevive y persiste sin el otro, que son uno mismo.

Ruy: Juntos juzgamos mucho y a muchos, solíamos decir que nuestro amor nació de odiar las mismas cosas (criticamos ésta ciudad, tu ciudad, planeando salir pronto de ella). Decías que era tu sirena y tu mi quimera o mi “lady boy” (como lo cantábamos a coro en esa rola de Winehouse hasta reír: ’Cause I’ve forgotten all of young love’s joy, Feel like a lady, and you my lady boy …) Tu humor es y será algo digno de recordar. Podíamos hablar de lo que fuese sin sentirnos avergonzados, ser políticamente incorrectos sin miedo a que pensaran mal de nosotros. Nuestro amor nunca nos impidió reconocer los grandes errores que tenemos como humanos, nuestro lado más denso y obscuro, y aún así, sabíamos decir te amo. Fuimos refugio mutuo y llegamos a validar nuestra existencia uno a través del otro. Tuvimos los mismos amigos y enemigos. Perdimos personas en común y de común acuerdo, también fuimos discordes sobre algunas otras. Poco a poco comprendí a tu lado que mis juicios son un arma de doble filo y que uno debe aprender a sobrepasarlos. No voy a mentir y decir que todo fue maravilloso, disfrazándote de héroe por que no fue así. Fuiste un ser humano atormentado por la existencia misma, extremadamente sensible, obsesivo con sus recuerdos. Todo esto te llevaba a una constante impotencia, ya que al no poder controlar el comportamiento del mundo te sumergiste en episodios solitarios tratando de olvidar esas sensaciones con lo que tuvieras a tu alcance. A pesar de que teníamos una comunicación intensa, nuestros estilos de vida eran polos opuestos. Si bien me ayudaste a suavizar mi personalidad y a calmar la frialdad que mi ser contiene, mi presencia hacia que no perdieras el control y mostrabas ocuparte en algo real. Tratando de domar esa parte que te descontrolaba. Por momentos funcionaba y en otros solo me agotabas. A veces eras mi verdugo y en otras parecía tu tutor. Fuimos aprendiendo a quitarnos esos adjetivos, fuimos madurando y con ello, el cariño se fortaleció hasta convertirse en esta memoria tan amorosa.

Ruy era amigo de muchos pero hermano de pocos. Si algo es seguro, es que aunque no fueras íntimo amigo de Ruy Lohengrin, algo habías visto o experimentado si éste ser humano se había cruzado en tu camino. Algo que le reclamé durante todos estos años es que disculpara a aquellos que lo habían lastimado o traicionado. La hipocresía era algo que manejaba con gran maestría. Esa incoherencia nunca dejó de incomodarme, por que no entendía cómo una persona que siempre buscaba justicia podía dejar de lado el daño que le habían causado a él o a otros. Sus relaciones amorosas fueron un tanto tortuosas y por esa razón trató de proteger las mías. Llegó a pedirme perdón por haberme introducido a personas que me habían lastimado, se sentía responsable por el daño que terceros me habían provocado. Ese tipo de emociones sólo demostraban el nivel de sensibilidad que poseía. Una sensibilidad que el resto del mundo jamás podrá comprender. Nunca terminé de entender ciertos comportamientos que reproducía a pesar de nuestra cercanía, sino hasta ahora que la muerte se lo ha llevado. Es extraño lo que la muerte nos enseña. La vida cambia, crece y en algún momento debe detenerse.

El golpe de tu muerte fue un gran puñetazo en las entrañas. Pude sentir como el demonio se burlaba de mi existencia. La noticia me hizo sentir que algo también moría en mi. Impotencia, enojo, tristeza profunda, confusión… El día de tu partida recibí, sin saberlo, tu último mensaje y las ultimas palabras que escuché de tu voz. Momentos antes de que arrebataran el aliento, me regalaste un poema y un “te veo a las dos de la tarde para comer en tu casa”, una rutina que construimos con los años.

Ruy Lohengrin Peña murió a manos de la inseguridad en la que actualmente trata de sobrevivir la humanidad de nuestro país, el 7 de marzo del 2018. Se dirigía a su trabajo como docente en una escuela secundaria pública sobre las primeras horas del día. En la autopista México-Pachuca, rumbo a Tizayuca, a la altura del Municipio de Acayuca, abordaron al autobús de la línea ODT, 5 o 6 personas con armas de fuego amagando a los pasajeros. Ruy se encontraba sentado justo detrás del asiento del chofer, escribiéndonos poemas o cariños a varias personas y a la par leyendo las primeras noticias del día en su celular como todas las mañanas. Según lo que se dice, uno de los asaltantes le exigió su reloj de mano y él, trató de dialogar con el asaltante como si de un alumno se tratara. Y sí, suena a algo que él podría hacer, sin embargo quienes verdaderamente lo conocemos, sabemos que esta historia se escucha elaborada y predecible, y que es casi seguro que no es real. Como es de esperarse, la miseria humana a veces nos sobrepasa, y la de esos criminales no fue la excepción. No dudaron en colocar su arma en la sien de Ruy y jalar el gatillo, ya fuera por simplemente ser miserables o por mandato de alguien más, de alguien a quien Ruy en vida incomodó, ya fuera por decir algo que consideraron indebido, por mover las fibras de la gente y no era conveniente para ellxs, por resentimiento o simplemente por que pudieron.

Al recibir la llamada, entré en shock y negación. Salí de casa descalza, en pijama, sin saber que hacer. Inmediatamente comencé a recibir muchos mensajes y llamadas. Sentí como la vida me aturdía. Mis padres y mi pareja dicen que me desconocieron, sin poder consolarme. En mis ojos se anidaron lagrimas de dolor, un dolor que nunca antes había experimentado. No sabía que hacer ni que sentir. Cuando por fin entré un poco en razón, corrí a casa de Ruy y me encontré con sus hijos y su ex esposa. Juntos llegamos al Ministerio Público de Tizayuca y nos encontramos ahí con otras personas que también se encontraban inconsolables por lo acontecido, permanecimos durante todo el día en ese lugar, tratando de encontrar explicaciones, tratando de que las autoridades nos ayudaran a entender y tratando de enfrentar esta realidad tan hostil. Cuando el sol se fue ocultando llegó el momento de ir a reclamar su cuerpo para que, cuando cayera la noche pudiéramos estar con él, con lo que quedaba de su existencia.

Carlos y Ulises me acompañaron a casa de Ruy antes de llegar al velorio, para buscar un traje que pudiera cubrir su cuerpo en la caja de la muerte. Al entrar, nos recibió Espartaco, el fiel compañero de Ruy, un labrador enorme que de alguna forma, sabíamos que olía nuestra tristeza y desesperación. En su espejo de cabecera había una foto de su madre, una carta que le escribí años atrás y la foto que le habían tomado de su reciente titulación. Tomamos lo necesario y partimos hacia el velatorio. Al ir rumbo al último encuentro, nos encontrábamos en el auto los tres, llorando y tocándonos las manos como era posible, tratando de apaciguar el dolor. Me llego a la mente el recuerdo de cuando lo conocí. Él dijo: Hola, soy Ruy, Ruy Lohengrin. Le respondí: ¿como la obra de Wagner?

Respondió: — Ajá, Lohengrin hijo de Parsifal y caballero del Santo Grial.-

Hace algunas semanas me había dado sus diarios personales, irónicamente. Dijo que en estos tiempos de tanta desesperanza lo único que quedaba era seguir dando lata, haciéndonos presentes. Que si la muerte llegaba a nuestra puerta estuviera tranquila por que él lo estaba, como si presintiera lo que estaba por suceder. Refirió que se encontraba en el mejor momento de su vida (cosa que era evidente) y cerca de la gente con la que el deseaba estar, ya que había aprendido de últimos tiempos a dejar de estar rodeado de quien fuera sólo por ser amigable, aunque en algún momento de su vida hubieran significado algo. Decidido correr de su vida a quienes lo habían lastimado, “por que una cosa era perdonar y otra seguir como si nada hubiera sucedido”. Tenia claro que había confundido el perdón con la cobardía sobre tomar decisiones. Quería vivir la vida solo con sus hijos, sin ningún otro intermediario, y mencionaba de igual manera que si tenia un trabajo fijo, solo era para que sus hijos tuvieran estabilidad y algo a futuro, fuera de eso el podría vivir al día, comiendo lo que se pudiera y vistiendo sólo lo necesario, sin apegos materiales, ya que nunca los tuvo. Aun así, los planes estaban presentes, quería aprender nuevas cosas, nuevas disciplinas, estaba por retomar su vocación como artista ya que tenia muchos años volcado en la docencia. Me había comprado una guitarra eléctrica, quería comenzar clases de música. Planeamos visitar Cuba a fin de año. Las cosas se estaban materializando. Estábamos organizando los conciertos a los cuales iríamos durante el año.

Sin embargo, la estabilidad que había encontrado en su vida no hizo que dejara de seguir al pendiente sobre lo que sucedía en el mundo y sobre todo en su país.

Asistía a todas las reuniones posibles de asociaciones civiles, de toda índole social. Opinaba y proponía, trataba de ser proactivo. Leía, se informaba y trataba de generar un cambio, aunque a veces las formas que tenía pudieran resultar incomodas para los demás. En las calles resultaba poco prudente, ya que no importaba si iba por la acera o estaba en el transporte público, diciendo lo que opinaba sobre esta realidad tan enferma que nos acompaña día a día, diciéndole a la gente y a sus alumnos que no fueran agachones y mucho menos insensibles, que pensaran en su futuro y en la importancia de su existencia. Su voz enorme y profunda nunca pudo ser callada u opacada. Pese a la desesperanza y tristeza que nos provoca esta sociedad, él seguía creyendo en nosotros. Desafortunadamente, personas sensibles como Ruy son las que más falta nos hacen a todos, hasta a los desconocidos, hasta a los enemigos. La sensibilidad nos regala empatía, y el pensamiento nos brinda identidad. No lo digo por el amor y vida que me toco compartir a su lado, sino como la adolescente que lo conoció en las aulas, una de esas tantas que de momento se sintieron incómodas pero a la vez, encontraron a alguien que de verdad espera y lucha por el cambio que nos terminaría transformando.

El último día que durmió en mi casa escuchamos música nueva, reímos con videos de la web, hablamos de nuestra realidad social y personal, compartimos tiempo con nuestras familias.

Me deja un vacío inmenso y un dolor profundo su partida que será difícil de superar. Concebía la vida a su lado, hasta nuestra vejez. Su ausencia me hizo sentir a la deriva. Mi mejor amigo y confidente está en el sueño profundo y yo sigo aquí despierta, tratando de enfrentar la vida a través de su recuerdo. Aun así, lo más grande que me deja Ruy, son estos años en los que aprendimos tantas cosas de la mano, esas experiencias irrepetibles y extraordinarias, la gente que lo rodeaba y decide permanecer en mi vida, el empuje y amor incondicional, el seguir creyendo en la humanidad aun con sus durezas y en el valor de la amistad sobre todas las cosas.

Su muerte ha unido y movilizado a muchísimas personas de diferentes sitios, ideologías y estilos de vida. Así de diverso era Ruy. Así de inmenso y versátil. Cada noche hay una mano distinta encendiendo velas en su honor en el monumento al maestro ubicado frente a Plaza Juárez. La cuenta de los días sin justicia sobre su asesinato y el de miles de personas que mueren bajo este tipo de acontecimientos tan violentos y miserables seguirá marcándose hasta encontrar una respuesta, por que Ruy lo habría hecho por cualquiera de nosotros hasta el último día de su vida, es y sería el primero en llegar y el último en irse.

Ruy era grande en muchos aspectos, desde su físico hasta su pensamiento. Le decían el oso punk, como él mismo se definía. Y como tal, un mamífero sutil y amoroso que en cualquier momento podía resultar indomable.

Hoy a poco más de medio mes sin su presencia terrenal, cada día que transcurre es difícil y a la par, su recuerdo nos fortalece. Por él y por todos los que él luchaba, por aquellos que han detenido su existencia a manos de la miseria humana e injusticia, debemos seguir adelante sin callar y sin dejar la empatía de lado. Generémosla, dejemos de normalizar la violencia. Comprender que somos un conjunto es inconcebible hasta que experimentamos en carne propia el dolor de una ausencia. No tenemos por que esperar a que caiga alguien más o exista una próxima víctima.

Despedirme de ti mi carnal, mi quimera, ha sido lo más difícil de mi vida, bajo la tristeza y la ausencia en la que me encuentro, abro camino al recuerdo y te siento a mi lado como cada día de los últimos 14 años. Me despido con éste verso que me compartiste hace muchos años, tratando de invocarte.

“En ninguna tierra extraña”

Si el pez no emprende vuelo para hallar su elemento

Ni el águila naufraga para el aire encontrar

¿por qué entonces pedimos al móvil firmamento

nos diga si tu aliento cubre su inmensidad?

No es donde se oscurecen los remotos sistemas

Ni donde te supone nuestra imaginación …

Dentro de nuestras almas cerradas y blasfemas

Se oye el rumor pausado de tus alas, Señor.

Francis Thompson

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Kar Lóprec

Musician, journalist. Everything about the soundscapes.